Enfangada


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Existe un lugar en el mundo de los cuentos, que bien podría ser un lugar en el mundo real. Un lugar en donde la ignorancia y la supertición han dado paso a  la ambición y la soberbia.

El lugar se llama Enfangada. El nombre real no lo recuerda nadie. Seguramente algún día tuvo un nombre, pero al transcurso de los años, sólo su mote ha sobrevivido.
Es un sitio donde parece el tiempo corre hacia atrás... o por lo menos así le parecía a una pequeña niña que nació ahí.

Sus más lejanos recuerdos eran de agua corriendo por la calle y fango sobre las aceras. Para dar paso después a tierra y más tierra.
Algún día existió pavimento frente a su casa, pero cada día que pasa, va notando cómo también el pavimento va desapareciendo.

Es un  lugar tan raro que los carros descansan sobre las banquetas y las personas transitan por la calle donde debieran hacerlo los carros.
Un lugar tan raro, donde los carros valen mucho más que las personas. O por lo menos, así le parece a ésta pequeña nena.

Algún día, alguien le leyó la historia de un hombre llamado Jesús, que curaba a los enfermos, que hacía revivir a los muertos, que tenía una mirada llena de amor hacia los hombres. Y cuando mira a la calle donde vive, no encuentra nada de lo que ése hombre maravilloso dijo.

Jesús decía que las personas son hijos de Dios y que son hechos a imágen y semejanza de El y a Leonora como se llama la nena, le parece que las personas de Enfangada, piensan lo contrario: que los carros, las casas y un puñado de tierra vale más que los niños, los ancianos y la gente enferma que no podría correr si un carro los embiste cuando caminan por la calle. Ella mira sorprendida, enojada y espantada cómo los carros tapan el espacio donde los ancianos, niños y enfermos deberían circular.

Pareciera que éstas personas creen que los carros fueron hechos a imágen y semejanza de Dios y las personas son objetos desechables. Es un mundo al revés que Leonora no entiende. Un mundo que niega toda lógica y todo lo de bello que Dios creó, empezando por el ser humano.

Podría decirse que han dejado de ser personas para transformarse en animales sin razonamiento y sin corazón.

Leonora también ora por ésas personas que desconocen de Jesús y que si alguna vez han oído hablar de El o bien, lo han olvidado o lo han entendido de un modo tergiversado.
Ora por ellos, porque sabe que como también dijo Jesús no se debe hacer a otros lo que no querramos nos hagan a nosotros.

"El buen juez por su casa empieza", le repite constantemente su mamá y Leonora piensa que ésas personas que no valoran ni respetan el espacio ni la vida de los otros, tampoco serán respetadas ni valoradas cuando el tiempo pase.

Una noche que dormía, después de orar por los niños y ancianos de su calle y por los vecinos que bloquean las aceras, un ángel le habló en sueños. La tomó de la mano y la llevó a un lugar parecido a donde vivía... pero algo era diferente.

Estaban las personas que conocía o mejor dicho, que veía a veces através de las rejas de sus casas, o cuando se topaba con ellas en la calle... personas que ni siquiera la saludaban, como si no llevaran años de vivir en la misma calle que ella.
Pero también eran diferentes: eran más viejas. Algunas de ellas, caminaban ayudados con bastones y otras con andaderas.

Bueno... éso de "caminaban" es un decir... porque no tenían en donde hacerlo.
Mejor dicho, se mantenían paradas, sostenidas por un bastón o una andadera en el mismo lugar sin poderse mover para ningún lado, porque del lado derecho tenían un carro, del lado izquierdo tenían otro.
 Si trataban de caminar hacia adelante, se lo impedían los muchos carros que transitan por el arroyo vehicular.
Si trataban de caminar hacia atrás, las grandes casas que habían construido les impedía hacerlo.

Otras más, se arrastraban entre el lodo, pues ni siquiera podían mantenerse en pie. Esas también habían bloqueado las aceras donde la gente podía caminar libremente. Lo habían hecho con material de construcción, con grava y arena; con basura y demás. A ésas personas tampoco les había importado el bienestar de los demás, sólo deseaban tener su casa más grande y limpia, echando todo lo que no les servía a la calle y al arroyo.

El ángel le dijo que ése lugar se llama Infierno y  que a él van todas aquellas personas soberbias, déspotas y ambiciosas que no supieron valorar a las personas cuando vivieron, que peleaban por tener tres metros más de terreno que no les pertenecía y que se habían robado para tener un estacionamiento más grande, por hacer su casa más grande sin importarle la vida de los otros.

Le dijo que no valía la pena orar por ésas personas porque ya han sido juzgadas y condenadas por Dios, que no se preocupara por ellas, pero que sí lo hiciera por todos aquellos que sufrían las consecuencias de los actos de ésas malas personas. Ellas habían tenido la oportunidad al igual que todos, de vivir de una manera distinta: amando y respetando a los hijos de Dios, tal como Dios los ama y respeta... y la habían desperdiciado.

Por lo tanto, Leonora no debía desperdiciar sus oraciones con ellas porque no les beneficiaban en nada. Pero sí hacerlo por aquellos que han sido ofendidos y humillados.

Al despertar, la visión de Leonora había cambiado. Empezó a valorar a vecinos que antes le parecían indignos de ello.  Empezó a entender a personas que no tenían ni grandes casas, ni grandes carros; que sufrían a diario desprecios, que eran expuestos a accidentes por aquellas personas que ahora se sentían tan seguras en sus casotas y tan orgullosas de sus carrotes.

Y empezó a orar por ellos, empezó a llevarles pequeños obsequios para por lo menos tratar de hacer menores sus penas.

Al morir Leonora años después, fué llevada por el mismo ángel a un lugar muy distinto en donde estaban muchos de aquellos vecinos a los que había ayudado, a los que había compadecido y los vió tan distintos. Todos vestían bellos vestidos refulgentes de blancura, caminaban entre nubes sin tocar el suelo con los mismos pies que antes se enlodaban.

La recibieron con grandes sonrisas. Era el paraíso que se habían ganado soportando tantas injusticias.
Un paraíso que no les podía ser arrebatado por nadie.

Las buenas obras tal vez no reciban en éste mundo su recompensa, pero seguramente en el Cielo, Dios tiene reservado un lugar para ésas almas caritativas y oara ésas almas que han sufrido tanto.